Poeta, escritor, documentalista y artista visual. De los autores guatemaltecos más destacados de su generación; ha participado en festivales internacionales de poesía y en la realización del documental “Vidas Ambulantes” producida y dirigida por el Colectivo Cuatro Caminos.
Ha publicado libros de crónica y literatura infantil.
Su obra posee armonía melodiosa entre sus versos: “Caerá tu falda sobre la tierra/ como cayó alguna vez/ junto a tu cama” habla sobre la muerte: “Te ves igual de hermosa/ vestida de colores,/ aunque solo seas/ polvo/y hueso.” Toca el dolor y la incertidumbre con delicadeza: “la muerte es una fuga incontenible de luz en las ventanas/ los umbrales del dolor son otros/ los temores también”.
Julio describe el tiempo como un espacio, una identidad: “Puede que seamos nomás silencio, cuerpos discretos que ven al cielo,/ y trazan dibujos invisibles/ con las manos en el aire.”
Los ejes que sostienen su trabajo poético se convierten en piezas de rompecabezas para el lector; desde su poesía construye escenarios personalizados, regala la posibilidad de adentrarse en la visión de un yo común y crear magia.
La belleza de sus palabras contiene imágenes de catástrofes de la vida cotidiana y se sienten como una manifestación o un acto de resistencia, un intercambio poético.
Rocio Bolanos
hubo una hora de sol y los más altos dioses
no podrían jactarse de cosa alguna mejo
que haber visto el transcurso de esa hora.
Ezra Pound
ANTES de ser maíz
fuimos madera,
fuimos lodo,
fuimos quizá hierro forjado,
bronce,
carbón somos aún,
cenizas,
polvo,
vibramos cada vez que alguien dice
“polvo de estrellas”,
la mano, la que está abierta frente a nosotros,
es una pequeña hoja
que se le desprendió al árbol del cielo,
y no digo el cielo aquel de los santos,
digo la bóveda celeste que estaba en silencio
cuando los abuelos
empezaron a contarnos
en qué momento dejamos de ser cristal en el espacio
para germinar sobre la tierra, corretear entre la milpa.
De aquel periplo por el espacio
y por las aguas,
y por el núcleo del fuego,
a la tierra,
a los árboles,
a los frutos que cuelgan de los árboles,
de nuestro viaje interminable de regreso al cielo
conservamos la memoria de las voces
cuando fuimos caliza,
granito,
cobalto,
resina capturando una hormiga,
polen,
semilla,
de aquel recorrido por la vida
hasta este corazón
conservamos el recuerdo de las voces
que nos cantaban antes de dormir,
la voces que todavía escuchamos a veces
en los sueños
o caminando en medio de la milpa.
A UN CUERPO QUE SE RECONOCE A SÍ MISMO EN UN PERIÓDICO
La familiar costumbre de guardar fotos en un álbum, la del bebé desnudo en la tina,
la del uniforme deportivo,
el registro de la moda
que cae siempre como hoja seca sobre un río.
Así en paredes de cartón
y en las puertas de los clóset
fuiste armando tu propio catálogo de sonrisas instantáneas
como esas caricaturas que se hacían al borde de los cuadernos.
La última foto que le tomaron a tu cuerpo no la pondremos en el álbum,
esta dejaremos que sirva para hacer piñatas, piel de muñequitos.
No lo tomes a mal,
solo queremos que de tu último retrato broten dulces
como flores.
A UN CUERPO QUE GUARDA SILENCIO
Tendremos que probar
de nuevo aquel fruto.
Decimos noche,
decimos montaña,
compañero,
hermano
y se escucha el sonido de una piedra
cayendo verticalmente hacia el río.
Decimos camino,
sombra de los cuerpos
que se duermen al atardecer,
decimos viento,
barranco,
cuerpos corriendo por el barranco,
decimos miedo,
decimos, casi gritamos,
susurramos
y no se escucha más la piedra
que yace quieta en el fondo de aquel río.
Pequeños círculos concéntricos
se dibujan en nuestra boca,
aliento,
palabra,
decimos tiempo
y es silencio
decimos sueños
y se llena todo de oscuridad.
Enterramos a nuestros muertos
como una semilla
de la que esperamos
broten de nuevo las palabras.
Decimos muerte
el sonido de un trueno.