Andrea Cote Botero (Colombia)


 
 

Colombiana, poeta y profesora de literatura. Merecedora de reconocimientos como el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia (2003), Premio Internacional de poesía Puentes de Struga,(2005), Premio Cittá de Castrovillari 2010 a la edición italiana de Porto in Cenere. Algunos de sus textos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, catalán, italiano, portugués, macedonio, árabe, polaco y griego.

Su poesía tiene el compromiso de usar el lenguaje como alianza entre los pueblos. Andrea transmite paisajes de su memoria, un dialogo de imágenes: “Si supieras que ese río corre / y que es como nosotros/ o como todo lo que tarde o temprano / tiene que hundirse en la tierra.”

Su obra es una de las poetas más interesantes de Latinoamérica. Sus versos de pensamiento crítico, se acerca y toma distancia de sus propios fantasmas y le da voz a la experiencia: “Todos los días me deshago de la hierba que crece dentro de la casa/ pero crece de nuevo, / rompe la casa y la deshoja”.

Convierte las heridas en versos potentes con un lenguaje casi sublime “Como a una muñeca rota /cuélgame los ojos de ver, /las manos de palpar, /pero déjame este pecho /sin pecho para no sentir de nuevo aquí, /en el medio, /tu don de esta sombra /que pesa como un cuerpo.” Invita a sus lectores a participar en un drama colectivo, con un ritmo diversificado que hacen de sus poemas algo desgarrador y hermoso.

 

Rocio Bolanos

 
 
 
 
Lección única sobre cosas viejas
 
Ya dije
 
no sé quién inventa el olor de las casas,
 
no sé.
 
Más aún si lo que te gusta es mirar desde arriba
la vista ruinosa de los tejados
y la pared deslucida
y los muros
y las sucias puertas de las casas viejas de aquí.
Más aún,
si ya no recuerdas que
no es el olor
sino la bondad de las cosas
al exhibir su derrota.
 
 
 
 
 
 
Temo
 
Temo que el infierno sea tan largo como el silencio de Dios,
que su tiempo esté habitado por el frío de los templos.
Temo que el silencio sea silencio afuera de la muerte,
que luego del tiempo aún conservemos la memoria.
Temo no dormir tampoco en ese sueño eterno
y que hasta allí nos siga la desesperación de los relojes.
 
 
 
 
 
 
Laberintos
 
Sé que caminamos por vías paralelas
hacia el centro de algo.
Pero mientras anochece en ti y en mí
ya no hay retorno.
No ignoras que para Ariadna
el hilo era una forma de llegar adentro.
 
 
 
 
 
 
La merienda
 
También acuérdate María
de las cuatro de la tarde
en nuestro puerto calcinado.
Nuestro puerto
que era más bien una hoguera encallada
o un yermo
o un relámpago.
Acuérdate del suelo encendido,
de nosotros rascando el lomo de la tierra
como para desenterrar el verde prado.
El solar en donde repartían la merienda,
nuestro plato rebosante de cebollas
que para nosotros salaba mi madre,
que para nosotros pescaba mi padre.
Pero a pesar de todo,
tu lo sabes,
habríamos querido convidar a Dios
para que presidiera nuestra mesa,
a Dios pero sin verbo
sin prodigio
y sólo para que tú supieras,
María,
que Dios está en todas partes
y también en tu plato de cebollas,
aunque te haga llorar.
Pero sobre todo, María,
acuérdate de mí y de la herida,
de antes de que pastaran mis manos
en el trigal de las cebollas
para hacer de nuestro pan
el hambre de todos nuestros días
y para que ahora,
que tú ya no te acuerdas
y que la mala semilla alimenta el trigal de lo
desaparecido
yo te descubra, María,
que no es tu culpa
ni es culpa de tu olvido,
que es este el tiempo
y este su quehacer.