Adalber Salas Hernández (Caracas)

Adalber Salas Hernández (Caracas)

 
 

Poeta, traductor y ensayista. Merecedor del Premio Nacional Universitario de Literatura y del Premio de Poesía Arcipreste de Hita. Su obra como traductor comprende De Andrade, Charles Wright, Rimbaud, entre otros y actualmente es parte del comité editorial de las revistas Poesía y Buenos Aires Poetry.

Sus textos tocan temas como la ternura, la vida, el lenguaje, la reflexión: “¿quién te hizo / ese horizonte salvaje en el pecho / donde aún retumba, / sin sueño, / una jauría de palabras desiertas?”. Adalber escribe desde su condición humana, le da forma de verso al dolor y al reto: “Te dejamos la infancia endurecida / en unas pocas calles, en el sabor del pan, / en el primer atraco, la primera madrugada / ahuecada por los disparos y la lluvia.”

Su obra poética realza la musicalidad del lenguaje cotidiano con especial atención a la realidad cruda del exilio, muerte, miedo, impunidad y la violencia en distintas formas y logra conmover a través del utilizo de imágenes y metáforas que sorprenden al lector.

Repleto de sentimiento y compromiso humano: “Ya no / podrás / poner piedras sobre los párpados de los poemas para / que no / despierten”; el poeta destaca la astucia, la relevancia de la poesía y la propone como conexión directa a lo más profundo e íntimo de la realidad contemporánea para reflexionar y “Mirar / hasta que las cosas / den nueva forma a nuestros ojos.”

Rocio Bolanos

 
 
 
 
V
 
Tus pies
no recuerdan todavía
ningún paso.
Los espejos
no tienen derecho
sobre ti.
Y esa voz que será tu condena
no ha soplado aún
ceniza en tu garganta.
Hasta ahora
sólo has escuchado
un aleluya
comido en sus bordes
por el óxido,
raído como una madera vieja:
la lengua de lo que está más allá
o más acá de la piel.
En ti solamente hay
la arcilla pura del tiempo,
la tierra heredada
para ser perdida.
Solamente
la dura gracia
de haber nacido.
 
 
 
 
 
 
XVIII
 
La casa tiene cuatro paredes.
O cinco, o seis, o siete, no lo sé.
La memoria se pega a ellas,
las recorre como un sudor,
una sustancia imprecisa y blanda.
 
La casa tiene ventanas, ojos melancólicos
que de vez en cuando nos permiten
ser sus pupilas.
 
Tiene baños, cocina, muebles,
huesos para no
desplomarse sobre sí misma.
 
Y una puerta, claro:
una puerta para el olvido.
 
Por allí entraste.
Viniste de una profundidad que no entiendo,
que nada en mí recorre ya.
 
Y sobre el techo,
el paladar mudo, espacioso,
grabaste un alfabeto de temblores,
una lengua nómada,
de fríos, de destellos, de quiebres,
de viento cansado y sin sombra.
 
Ahí arriba dibujaste
el cielo inacabado que traías
entre las manos.
 
 
 
 
 
 
X
 
Velo tu sueño,
la mansedumbre lejana
de tus rasgos.
 
Estás recogida sobre ti misma,
replegada,
con tu respiración caminando poco a poco,
como un canto agotado.
 
Afuera hay una claridad tan espesa,
que no deja pasar los sonidos de la gente:
es la miel sorda de la tarde
empapando la ciudad,
el sosiego de un mar que nadie conoce.
 
Te observo y escribo
sobre la fuente dormida de la página.
Escribo con cuidado, sin prisa,
temiendo el ruido frío de las letras,
su manera de chirriar,
de crujir.
 
Mientras, a mi lado,
tu cuerpo inmóvil recuerda
en qué punto exacto de su carne
fueron separadas las tierras de las aguas.