Yansy Sánchez Fernández (Cuba, 1981)

Yansy Sánchez Fernández (Cuba, 1981)

 

Poeta y graduado de la carrera de Letras por la Universidad de la Habana, donde  laboró como profesor de Lingüística desde de su graduación en el 2008 hasta el 2012; luego, de 2013 hasta 2017, pasó a ser profesor de Literatura General en el Instituto Superior de Arte (ISA) y, en ese último año, comenzó a trabajar como investigador en el Centro de Estudios Sociales Cubanos y Caribeños (CESCA) de la Universidad de Oriente en Santiago de Cuba, donde labora hasta hoy.

Merecedor de diferentes galardones como el Premio Nacional de Poesía Pinos Nuevos 2006 y el Premio “Beca Ciudad de Ché”, 2017. Ha publicado los cuadernos de poesía Té para los bárbaros (Ediciones Santiago, 2006) y Maldita sea (Editorial Letras Cubanas, 2006); aparece en diferentes antologías poéticas dentro y fuera de Cuba.

En sus poemas se percibe un hilo coherente con el cuál amarra estilo y realidad junto a imágenes serias.  El poeta se acerca al lector y presenta experiencia, preguntas y respuestas desde y con la poesía: “Los árboles hijo, se siembran en la tierra, como los hombres”. La soledad, el reflejo  del fango, el instinto de la supervivencia, la musicalidad de las palabras que Yansy convierte en versos.

Utiliza simbolismos en su obra que son de actualidad “Contrasta con el mar las migraciones humanas”, movilizador a partir de discursos difíciles “Después del muro, quizá esté la posibilidad.”

La poesía de Yansy invita a reflexionar de manera racional vinculando la poesía a la experiencia personal,  para darle significado a las fisuras del ser: “Comprobar que lo esencial / no está en el vidrio ni en mis ojos.”

Rocio Bolanos

 
 
 
 
La cabeza entre mis manos
 
El muro de contención aísla y protege.
Contrasta con el mar las migraciones humanas
que concurren en la aldea.
A lo largo del muro
reservorios de gente ya vencida
han perdido su cabeza.
De este lado, no se halla la posibilidad.
Después del muro, quizá esté la posibilidad.
La cabeza es un signo vital de sentimientos.
La encimo sobre el muro para que vea en lontananza,
sobre el mar, una ciudad posible, infinita.
La vuelvo contra mí para que observe,
me observe, sepa de mí.
Luego podrá tomar sus decisiones.
La cabeza entre mis manos no podrá perderse,
no podrá tomar terribles decisiones.
Una mujer sin cabeza es una loca,
un hombre sin cabeza es como una loca;
pero un hombre que no quiere perder su cabeza,
como yo,
la aprieta entre sus manos,
la aprieta y la acaricia:
imaginar compensa.
En un barquito de papel hay una aldea.
En la aldea hay un hombre solo,
un hombre que enfila su cabeza
entre las grietas del muro
y queda allí perplejo hacia la nada,
lo incensurable.
 
 
 
 
 
 
Sol negro
 
Frente al comienzo los bíceps flácidos
y una voz que insinúa: “¿estás cansado?”,
y frente al comienzo la casona destruida,
no por el tiempo o el abandono,
la casona por los imprevistos destruida,
los mismos que no te hallaron en casa
cuando decidió venirse abajo,
convertirte en un montón de escombros.
Sientes, sin embargo, que no correspondes a esa ruina,
una voz amoral te lo insinúa;
pero emerge junto a los bíceps flácidos la pregunta:
“cómo levantaré”,
junto a los miembros tersos de ayer
y los bíceps tan flácidos como la moral:
“cómo levantaré esta casa”,
insinúa la voz
que pudieras incluso vivir a la intemperie,
insiste,
hasta que agrupas las primeras piedras,
la casa va forjándose,
tomando forma a la par de tus bíceps,
a la par de tu moral.
“No eres animal de la intemperie”.
Comenzar, recomenzar siempre es un fastidio,
pero la casa no ha caído del todo:
no te vayas mi amor.
 
 
 
 
 
 
Los límites temporales
 
Mirando los buses que se van
(ómnibus pudiera decir)
quedo del lado de afuera del cristal
reflejado en una mueca de la velocidad,
una mueca que se estira
hasta que la pared de vidrio me trasciende.
Entonces espero el próximo.
No tengo intensiones de abordar;
corrijo los detalles que arruinó la premura,
verlos me recuerda que yo también marcho
hacia alguna parte: andando o en autobús.
Yo los veo pasar,
cargados de gente que marcha hacia el trabajo
o hacia alguna guerra,
con el rostro contrito, fijo,
como material de conserva.
Ahí van mis primos, mis hermanos,
ahí me corresponde quizás ir también.
Me he separado para verlos pasar solo un instante.
Decir las palabras que ellos no pueden,
que yo no podría,
pensar en lo que a ellos no les ha sido dado.
Al final del camino,
volverán autobús abajo y luego autobús arriba,
y el rostro irá acentuando en la frente,
los ojos,
la comisura de los labios,
todas estas preguntas que yo respondo.
Me he salido para verme reflejado en los cristales.
Comprobar que lo esencial
no está en el vidrio ni en mis ojos.
Tengo esta oportunidad y la aprovecho,
antes que me desechen también
como un estuche a la basura.