Jorge Galán (El Salvador, 1973)

Jorge Galán (El Salvador, 1973)

 
 

Poeta y novelista salvadoreño, galardonado con diferentes premios  a nivel nacional e internacional; entre ellos el Premio Real Academia Española por su novela “Noviembre”.

Una de las voces más destacadas de Hispanoamérica. Sus letras destacan compromiso personal y literario. Su obra ha sido traducida en diferentes idiomas, entre ellos el italiano.

Los versos de Jorge se leen con la facilidad que regalan las palabras buenas, directas al alma, con la convicción de la experiencia: “salí por la puerta de atrás para llegar hasta la de adelante / sin saber que el camino entre ambas / era el resto del mundo.” Su obra denota el manejo desenvuelto del ritmo, el dominio de las metáforas para tratar temas crueles, el desarrollo poético a través de imágenes que son eficaces en musicalidad y profundidad: “Quisiera ser el invierno estacionado en esta esquina distante”

Versos de la voz interior del sentido humano. El autor habla de violencia, de impunidad, de dolor, de vida y muerte; es así como su poesía se convierte en un salvavidas cargado de sensaciones. Cada verso tiene energía: “El olor del café viene de abajo, de ahí donde un perro / ladra a la oscuridad”.

La exploración de los recursos que ofrece la realidad cruda, como la que presenta el autor, es parte de la poética y el valor de su obra, porque incluso en los versos más duros que hablan de desapariciones y ausencias detallan belleza: “No hay huella más enorme que la del paso / deseado hoy y jamás dado entonces”. El lector puede encontrar la verdadera razón del ser en el mundo y contemplar la naturaleza, el estado del espíritu y el exilio gracias a las palabras de Jorge Galán.

Rocio Bolanos

 
 
 
 
Visión
 
Una gota que cae
sobre la infinidad de un agua oscura.
 
La gota es una lágrima de Dios.
La onda que se expande,
el universo.
 
 
 
 
 
 
La realidad más absoluta
 
Es primavera bajo los árboles,
un aliento invisible y robusto atraviesa las raíces sombrías,
hace de la oscuridad un lenguaje,
alienta al pétalo a dibujarse en la nada,
bendice el contorno de la semilla, le provee
una vibración, lo rompe, y surge el instante de la pulpa,
un presentimiento de inmensidad,
y me doy cuenta que a nada reconozco,
que estas extrañas estaciones no son las mías,
que el mar no huele como siempre,
y que a nada le temo por la noche,
que nadie me persigue, que no hay una silueta
que permanezca siempre atrás,
y que no reconozco los follajes, el temblor
de las colonias de insectos cuya existencia es un sonido.
Mi familia aquí es todo lo que no llega con la tarde.
Víspera del invierno, el sonido de todos los salones.
 
 
 
 
 
 
El olor del café
 
El olor del café viene de abajo, de ahí donde un perro
ladra a la oscuridad, no hay nadie ahí,
eso quiero creer pero no importa,
el viento se ha aquietado, las aves
no han vuelto con la tarde,
el silencio ha crecido en las paredes
como un mapa del cielo, todo acaba y empieza,
no obstante, la tristeza es la misma,
por ello, confundido, me asomo al mundo,
es nuevo, y sin embargo ada
me parece distinto o más hermoso.
Me siento en el balcón y observó la ciudad,
oscurece, el frío suelta sus trineos,
la oscuridad se mueve, dentro de mí la siento,
de pronto avanza en mí como otra sangre.
Nada parece estar con vida. Los edificios
parecieran vacíos. Las calles,
como ríos que se volvieron látigos
debido a la sequía, se estrellan en la espalda del viento.
De lo que debía venir nada viene, salvo el aroma
del café que me hace pensar en la otra casa,
en el olor de la vainilla, en el lujo
de unos zapatos nuevos, en las voces alegres de los tíos
y el calor de la madre y al beso de la madre
y el padre de mi madre, y el dolor que crecía
entre todos nosotros como una gran penumbra
y a toda la claridad de esa penumbra, a todo eso
vuelvo a través de esta inútil memoria,
cuando veo sin quererlo hacia atrás, hacia el centro
de ese paisaje de árboles raquíticos
donde no queda bosque, ahí donde las épocas del mundo
se volvieron memoria de la dicha
para dejarnos solos.
 
 
 
 
 
 
El pedido
 
Dame sesenta mil muertos y te daré un país,
eso me dijo, y su enorme oscura
inevitable voz, también era una ciénaga.
 
Dame un crucifijo y lo bendeciré y los bendeciré
y todo les será perdonado, y cada uno de sus muertos
vendrá a mí como el rebaño de cabras
rodea al pastor cuya mano está repleta de sal,
y comerán lo que tengo para ofrecerles
porque la desesperación es más fuerte que la misericordia.
El alba será un trapo bajo las escaleras
semejante a una perra que agoniza, tan sucia
que ninguna de las aguas podrá separarla de su inmundicia
y solo prevalecerá la oscuridad y solo prevalecerán
los hijos de la oscuridad, por eso dame
lo que te pido y te devolveré algo genuino y más enorme,
dame la campana sin forma y te daré una novia,
su vestido blanco será tan largo como un camino
sobre la nieve flanqueado por hermosos pinos nuevos,
y entre diciembre y enero volverás al campo
a recoger lo que un día recogieron tus padres,
retornarás al estanque y al río, y chapotearás en el agua
donde la luz vendrá de miles de monedas al fondo.
Por eso dame los muertos y dame el rifle y la bala de oro,
dame el colmillo del tigre de monte y el ojo del ratón
y la furia de la serpiente, y te daré todo aquello
que sé que te hace falta día con día y a toda hora.
Eso fue lo que dijo y entonces calló
y el silencio fue el mundo, me abandonó la luz, también la vida,
y aquel hombre, cuya espalda era la oscuridad,
se alejó para dejarnos nuevamente solos.
Hubiera querido decirle: Tómalo todo y sálvanos.
Pero no me atreví, me quedé atrás, inmóvil
bajo la lluvia otra vez dulce, observando en los charcos repentinos
mi propio extraño rostro, mentón firme y ojos cerrados,
más cerrados que nunca.