Felipe García Quintero (Colombia)

Felipe García Quintero (Colombia)
 
 

Poeta colombiano, una de las voces contemporáneas más importantes de la realidad colombiana. El encuentro con la luz, exilios, desplaces, viajes: “La realidad, y sus murallas, / deshecha en el suelo.”

El camino poético de Felipe es persistente, nace en las raíces del dolor y su belleza: Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue como el gusano tras la carne enferma.” Merecedor de galardones como Premio Iberoamericano de poesía “Neruda 2000” y Premio Nacional de poesía Eduardo Cote Lamus, entre otros. Sus versos son un vaciamiento desde lo más íntimo, una conexión con el lector para excavar en lo más hondo y buscar lo desconocido. Habla de oscuridad: “La noche en mí no entra, de mí sale”, resuelve encrucijadas, propone imágenes de colman la escritura con un sentido que lleva hasta la construcción con libertad creadora.

Su obra conjuga lo cotidiano con lo literario para acercarse con naturaleza a la sensibilidad de esta época: “Un puñado de tierra se amontona en los ojos cada mañana”, crea una construcción común del yo para le da voz al dolor de la que le rodea, y se presenta a la intemperie.

Rocio Bolanos

 
 
 
 
MI CASA, como el desierto, no tiene techo ni puerta,
solo boca.
 
Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos,
solo una mano empuñada la sostiene.
 
Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando
mis huesos al vacío que resta.
 
La casa es oscura como mi voz en sus corredores.
 
Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue
como el gusano tras la carne enferma.
 
A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo.
 
 
 
 
 
 
4.
 
Piedra,
sé la fuga de mi caída.
 
 
 
 
 
 
PÁJARO
 
(a los secuestrados de mi país)
 
A quien escucha la sangre ajada del silencio tañer su corazón, y la
vigilia del río le arrulla el sueño, yo lo imagino anidar sobre el
hierro inmarcesible de la selva, al picotear el óxido vegetal de sus
huesos.
 
Porque canta a lo lejos y vuela adentro, cautivo del cielo, yo lo
imagino jugar con el aire detenido que sostiene la mirada solitaria,
embriagarse con el vino crudo del crepúsculo, donde el horizonte,
a tajos, se derrumba.
 
Un puñado de tierra se amontona en los ojos cada mañana, si la
niebla voraz crece con el día cercado por el aliento. Y la espera,
como savia vive en lo profundo, siempre a ciegas, mientras la
hierba pisada brota nueva de la última plegaria.
 
Es cuando la lluvia se acalla y socava otras entrañas.
 
 
 
 
 
 
XV
 
                 evio las palabras. A cada palabra evito las
palabras.
 
                 Con cada paso. Cuando escribo no quiero
usarlas; no quiero tocarlas cuando hablo.
 
                 Escribo para dejar de escribir.
 
 
 
 
 
 
Muchacha del viento
 
La que pasa por el sol y no es sombra.
 
La que ninguna lluvia acalla
ni voz alguna escribe
porque es luz del canto.
 
Así su andar entre rincones,
bajo aleros altos de calles ausentes.
 
Por los hondos sembradíos, en que pasta el deseo,
la muchacha del viento florece.
 
En la distancia fugitiva de las nubes
la veo reposar, entre las piedras latir,
sobre la piel del agua donde abreva el aire.
 
Sus cabellos locos, como la risa, en mis torpes manos.