Erika Reginato (Venezuela, 1977)

Erika Reginato (Venezuela, 1977)

 
 

Poeta, traductora y ensayista. Sus poemas han sido traducidos al italiano, inglés y catalán; además, han sido seleccionados y publicados en diferentes antologías y su obra ha sido reconocida con el premio “Obra Extranjera de la Fundación Arnone con el 40º Premio Internacional: Ciudad de Marineo”. Es Licenciada en Letras de la Universidad Central de Venezuela con una tesis sobre Giuseppe Ungaretti.

Sus versos trascienden las perturbaciones y resultan apacibles como sus imágenes: “El destino / es una línea recta llena de espuma.” Sin embargo, su poesía está cargada con la esencia del dolor, símbolos y paisajes: “Yo que te amo/ y reúno ecos/ con la red que hemos tejido”.

Regina habla de la muerte y su mirada, las derrotas; parece incluso que su poética le otorga música incluso al frío: “El peregrino se sumergió en el río/ para contar los peces, la tenue luz,/ las plegarias de sus latidos al evaporarse.

Estremecedora en su forma de escribir: “Ofrecemos un puñado de azufre/ y nos vamos en silencio.” Calca las huellas del tiempo, la enfermedad y sus orígenes.

Quien encuentra la poesía de Erika, indiscutiblemente se verá arrollado por sus versos que buscan la comprensión en el espejo del lector. Una voz joven; su yo más íntimo contempla una esperanza y fuerza por la vida misma, más allá de las dificultades que manifiesta.

Rocio Bolanos

 
 
Levedad
 
Piernas entrelazadas en un sueño.
 
¿Quién conoce
las sábanas de un muerto,
el alivio del agua,
su mano arrugada en la angustia?
 
¿Quién siente el escalofrío en su cuello?
 
Una madrugada de lluvia,
cuando los pájaros cantan despacio
nuestros nombres,
sentimos la seguridad de tocar el vacío,
palpar lo desconocido
bajo el temblor de las horas.
 
En ese instante,
los fantasmas de Chagall
vuelan por la ciudad.
 
La boca seca
te anuncia.
 
 
 
 
 
 
Día de San José
 
Padre
estoy en el país de tu infancia,
en el frío,
en el idioma de tu niebla
con el vapor de las ráfagas de los trenes.
 
Camino con las manos arrugadas
sobre el río.
 
Te escucho
correr en las calles
entre cimientos de oro,
navegar sobre el arroyo,
apartar la nieve de la cima.
 
Si sólo me pudieras
acompañar en el sofá,
tocar los hombros,
dar una lámpara
para iluminar los rieles de regreso.
Entonces podría cerrar los puños,
y caminar más rápido
hasta entrar en la estación.
 
Padre
dame un poco de tu trigo
déjame ver tus pies.
 
 
 
 
 
 
V
 
En la costa de sol
el amor es la luz
que toca cada semilla.
Pinta de azul profundo
el olor de la existencia,
las palmas entrelazadas,
su sombra entre tanto ardor.
Una vez más ablando la arcilla,
moldeo vasijas antiguas,
limpio la coraza de mis sentidos.
Esculpo las grietas de tus pies
en el calor del infinito.
La humedad
es el silencio perfecto.